PRESENTACIÓN

¡Hemos llegado a la 100 Edición del Concurso de Relatos! Sí, estamos orgullosos. No ha sido sencillo, empezamos con mucha furia y hemos pasado algunos malos momentos, pero aquí estamos. Y lo hemos celebrado, claro que sí.

Ahora nos planteamos una nueva etapa, comienza con la 101 Edición de Relatos.

Este blog nace con ganas, para hacer público nuestra trabajo, la ilusión de los que participamos en esto de los Relatos y también en nuestro Concurso de Microrrelatos y Poesía.


Si escribís espero que os animéis a uniros a nosotros.



miércoles, 17 de abril de 2013

100 Edición del Concurso de Relatos Tema: Libre



Cerramos la 100 edición con 18 relatos, que como ya he dicho ha sido especial. Una especie de celebración a la que han acudido algunos de los veteranos. Había que votar a todos los relatos repartiendo nuestros votos entre 5-4-3-2-1.

Los títulos de los relatos presentados son los siguientes:

*Nunca más
*Para dormir
*A. y F.
*Red
*Ella
*You are always on my mind
*Amigos hasta la muerte
*El doctor está cansado
*El cura nuevo y su aparato reproductor
*Y todo acabó
*Desde AirLive les deseamos un feliz vuelo…
*El ataque
*La capa mágica
*Si alguna vez pierdes la fe en mí
*Al otro lado
*El refugio
*Una extraña terapia
*La coleccionista


Prodréis leer todos los relatos en la página CONCURSO DE RELATOS.

Y aquí está el que ha quedado en primer lugar, cuyo autor es Oscar Borrachero (ernie)






1º - Ernie

Si alguna vez pierdes la fe en mí

Suena el despertador. Son las siete de la mañana.
Aunque lleva horas despierto, Marcos deja que suene algunos segundos más antes de apagarlo.
Se levanta trabajosamente y arrastra sus pies hasta el baño. Ducha, maquinilla y espuma; evitando sus ojos en el espejo. Se mete dentro de la ropa que dejó preparada el día anterior y se va a la cocina, a hacer café. Por encima de la taza, observa el pequeño montón de sobres cerrados que hay sobre el microondas. Todos son del mismo remitente. Su nombre de pila es banco.
Suspira y se concentra de nuevo en el café. Nunca supo cómo administrar el dinero, tan sólo cómo ganarlo. Se le daba muy bien.
Un rumor de pasos, los labios fugaces de Marta en su mejilla mientras se dirige, farfullando un “nosdías”, hacia la cafetera.
Marcos no se gira mientras ella se acomoda en una silla para abrir, una a una, todas las cartas, a las que dedica una mirada fugaz antes de separarlas en dos pilas: los sobres para tirar, las facturas para ordenar: el gas en la g, el teléfono en la t… Marta llena cada año una carpeta igual, como un álbum de familia de deudas saldadas. Ella siempre supo cómo administrar el dinero.
- Te has levantado muy temprano –le dice Marcos.
- Tengo cosas que hacer en el centro y quiero dejar la casa lista antes de llevar a Julio al colegio.
Marcos asiente mientras mete su taza en el fregadero.
- Yo me voy ya –deposita un beso en los labios sonrientes de su mujer.- Hoy entro un poco antes.
- Que vaya bien el día –suspira ella.


El metro está lleno de gente solitaria, sumergida entre las páginas de un libro, aislada por  los auriculares, con los ojos cerrados. Marcos pasea su mirada fugaz entre las caras anónimas, evitando la imagen que le devuelven los cristales del vagón.
Baja tres estaciones después de la que solía ser la suya y sube sin prisas las escaleras hasta la superficie. Está lloviendo. Busca el bar que se ha convertido en habitual y se acomoda en una mesa con un café con leche y una novela.
La gente entra y sale, entre jadeos de lenguas quemadas por las prisas y saludos entrecortados. Marcos procura concentrarse en la lectura.
Cuando finalmente deja el libro cerrado sobre la mesa son cerca de las nueve. Los que antes eran sus compañeros deben llevar casi una hora de trabajo. 


Los coches se agolpan en las calles alrededor del colegio. El atasco que forman los que se paran en la puerta exaspera a los que aguardan su turno pendientes del reloj.
El parabrisas completa otro arco perezoso.
- Cariño, en cuanto lleguemos a la calle del colegio, te bajas y entras tú solo, ¿de acuerdo? –dice Marta.
Julio asiente sin apartar la vista de las gotas que salpican el cristal.
- Mamá.
- Dime, hijo.
- ¿Papá y tú os vais a divorciar?
- ¡No! ¿Por qué dices eso?
- Porque os he oído discutir y los padres de Sergio discutían y luego se divorciaron, y su padre se fue a vivir a otra casa y sólo lo ve los fines de semana aunque ahora tiene otro papá.
- No, cariño, no vamos a divorciarnos –Marta se gira y estira la mano para tocar la rodilla de Julio-. No pasa nada porque los papás discutan a veces. ¿Tú nunca discutes con tus amigos?
El niño se queda pensativo unos segundos.
- El otro día discutí con Sergio porque decía que yo hago trampas y yo no hago trampas, lo que pasa es que no sabe perder y se enfada cuando pierde pero luego vino la señorita y nos dijo que hiciéramos las paces.
- ¿Y a qué ya eres amigo de Sergio otra vez?
- Sí.
- Y no vas a divorciarte de él, ¿verdad?
Julio sonríe hacia arriba.
- Nooo, es que nosotros no estamos casados.
- ¿Lo ves? No pasa nada porque uno no esté siempre de acuerdo con el otro. Discutir no siempre es malo. A veces, hay que hablar las cosas.
Marta se gira, pendiente del coche de delante que continúa inmóvil.


Ha dejado de llover.
Marcos sale a la calle y arrastra los pies por las aceras mojadas. A su alrededor, la gente parece tener un destino al que llegar de manera inmediata. Sus pasos son seguros, apresurados.
Él también solía tener un lugar en el que estar entre las ocho y las cinco de la tarde.


Marta sale del aparcamiento con el tique entre los dientes. Camina un par de calles y se mete en un portal.
Se detiene en la garita de la entrada, da un nombre y recibe una llave. Este no es uno de esos edificios en los que el portero conversa con los clientes, en ocasiones, ni siquiera parece verlos, aunque Marta no espera ni por un momento que no se acuerde de ella.
Planta segunda, habitación tercera.
Es un cuarto pequeño con una cama grande, un armario empotrado y una mesita con una televisión que, por el aspecto, bien podría ser en blanco y negro. Marta no lo sabe, no la ha puesto nunca.
Entra en el minúsculo lavabo, se cambia y retoca su maquillaje: intensifica el tono de sus labios, se aplica más colorete y oscurece la sombra de ojos. Se mira en el espejo, no acaba de gustarle. Pero sabe que a Alberto, sí.


Parece que va a llover de nuevo.
Marcos se refugia en una biblioteca, no quiere más café.
Se sienta en un butacón y abre el periódico del día. Con un reniego, se salta la sección de política. Hace tiempo que no la lee porque le pone de mal humor. Sinceramente, toda la prensa le exaspera porque no se encuentra entre sus páginas, es como si hubiese desaparecido, como si lo que pasase ya no le atañese a él. Como si ya no formase parte. De hecho, no se siente parte de nada.
Hace nueve meses, cuando trabajaba, podía leer un diario entero sin sentir náuseas.


Llaman a la puerta. Marta suspira un segundo y va a abrir.
Alberto sonríe.
- Hola, nena –le dice mientras le rodea la cintura y la besa en los labios-. Hoy tengo prisa, ¿vale? –La mira un segundo de arriba abajo. Marta siente un escalofrío-. Estás preciosa.
Cierra la puerta y la lleva directa a la cama.


Marcos sale a la calle. La biblioteca se le estaba cayendo encima.
Se refugia en un balcón y toma aire a grandes bocanadas. Si todavía fumase, se encendería un paquete entero sin quitarle ni el precinto. Pero hace años que lo dejó. Con una sonrisa torcida, agradece su buena suerte.
Mira el reloj, no son ni las once. Aún quedan más de seis horas. Reprime un alarido.
“Hoy se lo diré”, piensa. “Tengo que hacerlo, se lo debo”. En su cabeza lo ha hecho muchas veces pero, a la hora de la verdad, no ha sabido ni por dónde empezar. Siempre se le atragantan las palabras. “¿Hace nueve meses? ¿Y qué has hecho todo este tiempo?”, cuando evoca el momento, ella siempre quiere saber eso.


Alberto se ha ido.
Marta contempla el techo. Se levanta y coge los billetes que él ha dejado encima de la mesita. Los cuenta y los mete en el bolso. Alberto siempre deja propina.
Coge el gel de baño y la toalla que lleva en la bolsa y se da una buena ducha, frotándose bien todo el cuerpo, dejando que el agua corra por toda su piel. Antes lloraba. Hace meses que dejó de hacerlo. Ahora sólo siente una furia sorda, una vergüenza áspera.
Aún tiene la esperanza de que Marcos le cuente algún día que no tiene trabajo. Antes de que deje de sentir vergüenza.


Ha parado de llover.
Marcos está sentado en un banco. Estaba mojado así que sus pantalones deben estarlo también. No importa. Ya se secarán. Y, si no, ya se inventará algo. Últimamente, Marta parece dispuesta a creer cualquier cosa.
Eran un buen equipo. Él solía ganar el dinero y ella lo administraba. Él nunca supo cómo hacerlo. Aún así, tiene la sospecha de que, a pesar de sus ahorros, ya deberían haberlo notado. Marta debería haberlo notado. No puede ser de otra manera.
Es casi la una.
Quizás hoy podría ir antes a casa y sorprenderla. “Me han dado la tarde libre”. Es viernes y hace meses que no tiene una tarde libre. Todo el mundo merece una tarde libre de vez en cuando.


 Oscar Borrachero (Ernie) 

Lleva inventando historias desde que era pequeño pero no fue hasta el principio del nuevo milenio que se decidió a usar la escritura para plasmarlas. Empezó haciendo relatos como un ejercicio previo a algo más largo y todavía está en ello. "En este mundo" (Bubok, 2009) fue su primer recopilatorio. Luego llegó el concurso del foro de Bubok y, fruto de sus participaciones en él, "Comer galletas en cama ajena" (Bubok, 2012). Relatista, microrrelatista y espera que algún día novelista también.


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